Todo comenzó el día que quemé mi casa. Sentía una inquietud por dentro que no me dejaba dormir y que el alcohol no pudo lavar. Pensé que si la quemaba, que si no tenía donde volver, aquel sentimiento se iría y podría dormir. Pero me equivocaba. No sabes hasta qué punto.
Volví a la taberna tambaleándome, apoyándome como buenamente podía en cada pared que alcanzaba hasta que, casi por obra divina, conseguí encontrar en la oscuridad de la noche la posada en la que había estado bebiendo y entrar por la puerta. Meriel, al verme, se apuró en intentar ayudarme. Ayuda que, no sé si por orgullo o por vergüenza, rechacé, pero al intentar avanzar sin el apoyo de una pared, acabé dándome de bruces contra el suelo. Ahí supe que había tocado fondo. Meriel me ayudó a levantarme e incluso cerró la taberna para ayudarme a subir a mi habitación. Y no sería la última cosa que este tiefling le tiene que agradecer. Al llegar a mi habitación noté que ese sentimiento que tenía previamente, lejos de haber desaparecido, se había acrecentado. El corazón me latía a mil por hora, la cabeza me daba vueltas, y si mi color de piel me lo hubiese permitido, seguro que estaría aún más rojo.
Entonces supe qué hacer. Una certeza invadió mi cuerpo como no había sentido nunca antes. Llamé a Meriel antes de que regresara abajo, agarré su muñeca para que se girase y al hacerlo me lancé. Y de repente todo se calmó. En aquel tímido momento solo existíamos ella y yo, y nos acabábamos de fundir en aquel beso que yo había tenido el descaro de robarle. Hubiese deseado que aquel instante se hiciera eterno. Por primera vez en mi vida se hizo el silencio en mi cabeza. Por primera vez supe que estaba donde tenía que estar, y en ningún lugar más. Aunque, con esta nueva claridad que había conseguido, me di cuenta de la estupidez que acababa de hacer. Me separé de ella, le di las gracias y entré en mi habitación. Esperé lo suficiente como para que Meriel tuviese tiempo de salir del shock y bajar de nuevo, y justo después me apresuré a vomitar en el baño.
El día siguiente traté de hablar con ella y disculparme, pero ella insistía en que las cosas estaban bien. Con el paso del tiempo fuimos cada vez más cercanos, hasta que pude reunir el valor para pedirle salir. Tras lo que para mí fue una eternidad, recibí una respuesta positiva. Y aquí es donde empezó el mejor año de mi vida, a pesar de las diferencias que fuimos encontrando en el camino.
Yo quería empezar una relación sin mirar atrás, solo me importaba ella en todo el mundo. Ella, sin embargo, quería mantener un perfil bajo para que su padre no descubriera que su hija estaba saliendo con uno de sus parroquianos.
La idea al principio fue excitante. Mantener en secreto nuestra relación hacia que nuestros encuentros fueran escasos y breves, pero intensos. En ocasiones se conseguía escaquear para subir a mi cuarto, y otras veces intentábamos estar lo más lejos posible de la taberna. Aún recuerdo la primera vez que nos vimos después de empezar a salir.
Subió ella primera a la habitación para evitar sospechas, mientras yo jugaba una mano a las cartas. Subí con el corazón acelerado al cuarto, nervioso por ser la primera vez que salía con alguien. Meriel me abrió la puerta de mi propia estancia y se sentó en la cama, con una sonrisa que hubiera derretido hasta el corazón helado de Vorugal. Yo me apresuré a sentarme al lado, tímido como un niño en la noche de Halloween pidiendo caramelos. Toda la palabrería y verborrea que me caracteriza había abandonado mi cuerpo, y al mirarla a los ojos no encontraba ninguna palabra merecedora de romper tan precioso silencio. Nuestros dedos se buscaron en la cama, hasta finalmente entrelazarse. Trataba de calmarme cuando Meriel se lanzó a besarme. De golpe, una sensación de calor invadió mi cuerpo. Su mano, suave como el terciopelo, acariciaba mi mejilla encendida por la pasión. La mía se enredaba por su sedoso cabello, jugando con pequeños mechones de pelo. Nuestra respiración se detuvo por un instante en el que solo existíamos nosotros dos. Nuestras cabezas se separaron de nuevo, dejando escapar una sonrisa, tímida pero distinguible. Sus ojos buscaban a los míos, que le devolvían la mirada vergonzosamente.
- Debo volver. - me dijo sin mucha convicción. - ¿Te veo esta noche?
- Claro, esta noche. - titubeé, justo antes de besarla de nuevo. - Nos vemos esta noche.
Y salió de mi habitación rumbo hacia la planta de abajo. Yo, mientras tanto, me quedé tumbado en la cama con una sonrisa tonta, sin terminar de creérmelo, mirando al techo y preguntándome qué había podido hacer para merecer al fin algo bueno en mi vida. Si le preguntases a Loki, seguro que diría que fue obra suya y que es gracias a él que estuviésemos saliendo, pero no todo gira entorno a él. Esto no. Esta historia es demasiado buena para cualquier cosa que haya tocado sus manos.
Con el tiempo, nuestros encuentros cada vez eran menos breves, pero no por ello menos intensos. Recuerdo la primera vez que dimos un paso más. Ella subió a mi cuarto, como de costumbre, y comenzamos a besarnos. Pero esta vez era diferente, esta vez quería más. Deslicé mi mano bajo su camisa, en parte esperando que me detuviese, pero no lo hizo. Continué acariciando cada centímetro de su piel, acercándome cada vez más a su pecho. Noté como su respiración se aceleraba con cada movimiento de mi mano, sus besos se volvían más intensos, e incluso me mordía el labio. Y de repente, se detuvo. Pensé que había alcanzado su límite, que mi suerte se había acabado. Pero aquello estaba lejos de acabarse. Meriel me sacó la camisa, yo la tumbé en la cama. Comencé a desabrochar los botones de la suya, uno a uno, haciéndome de rogar. Miré hacia arriba y me devolvió la mirada, mordiéndose tímidamente el labio. No intercambiamos ninguna palabra, y sin embargo su mirada me lo dijo todo. Me apresuré a terminar de quitarle la camisa y comencé a besarle el cuello, mientras ella pasaba su mano por mi espalda mientras con la otra agarraba mi cabeza. Notaba sus uñas clavarse como los dientes de un tiburón, señal de que lo estaba disfrutando, o eso quise pensar. Comencé a bajar besando su torso desnudo, parando brevemente en su pecho, y continuando hacia abajo lentamente, hasta llegar a su ombligo. Amagué con seguir, pero me detuve a quitarle los pantalones, tras lo cual hice lo mismo con los míos apresurado. Volvimos a besarnos, con calma pero con pasión, mientras terminábamos de bajarnos la ropa interior. Sostuve sus manos con una de las mías por encima de su cabeza y lo demás es historia. Después de eso, nos quedamos en la cama, aún sin creerlo.
- Me gustan tus ojos. - me dijo.
- ¿Qué?
- Tus ojos. - reafirmó. - Me gustan. Me he dado cuenta de que siempre haces lo posible para ocultarlos, pero a mí me gustan. ¿Son así por alguna herencia de tus padres?
- Eso quisiera, pero no. - contesté girándome para mirarla. - Verás, hace unos años estaba en la calle, no tenía nada ni a nadie, y una especie de dios me engañó para hacer una especie de trato. Siempre puedo cambiarlos de color con magia, pero apenas dura unos minutos, por lo que tengo que acordarme continuamente si quiero mantenerlo. Por eso pensé que era más fácil ocultarlos directamente.
- Conmigo no tienes que preocuparte. Me gustas, Mordai, no te pediría que cambies.
Sus palabras me derritieron el corazón. La abracé, en parte para ocultar que estaba llorando, aunque no lo conseguí. Me secó las lágrimas y nos quedamos allí cinco minutos más, disfrutando nuestra compañía.
Ahora te toca a ti contarme algo, yo ya he hablado suficiente. Con otra copa te contaré acerca de la vez que fuimos al festival de Sune de Verano.
Este pequeño relato comenzó como un romance entre Mordai y Meriel, pero me dejé llevar un poco y acabó convirtiéndose en una historia erótica. Espero que hayas disfrutado este episodio de la vida de mi personaje y que tengas una agradable velada.
Nos vemos en el siguiente post.
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