Y es que no era el primer encuentro que Mordai tenía con Kildrak. Era bien sabido por nuestro tiefling que aquel enano era un ser pendenciero y nada de fiar. Muchas palabras se le ocurrían para describirlo y ni una sola era buena. Kildrak era un tramposo, un ladrón, un borracho y su rivalidad se remontaba años atrás, desde el primer momento que se conocieron jugando a las cartas. Mordai apenas tenía 18 años cuando se sentó en aquella mesa a apostar para matar el tiempo. No le costó ni un par de rondas descubrir que aquel enano mugriento trataba de hacer trampas guardándose cartas bajo la manga o amañando la baraja.
Mordai, que no tenía ni un solo pelo en la lengua lo hizo saber, generando una gran pelea y por supuesto ganarse el odio de aquel enano. No pocos son los desencuentros que han tenido desde entonces, como aquella vez que Kildrak le intentó robar colándose en su habitación o aquella vez que Mordai intentó que arrestaran a Kildrak. Pero este día Mordai no estaba para bromas o peleas. Cualquier intento que tuviera en mente el enano por fastidiarlo, Mordai ya se lo había imaginado y pensado cómo defenderse llegado el caso.
De modo que llegó a su habitación, hizo un rollo con sus pertenencias, exceptuando las dagas, y las puso bajo las sábanas simulando que era él. Se colocó detrás de la puerta y esperó paciente a que llegase Kildrak, porque sabía que lo haría.
Apenas unos minutos después, la puerta se abrió lentamente, intentando por todos los medios que no crujiese. Kildrak entró sigiloso, todo lo sigiloso que puede ser un enano bebido, y buscó la mochila de Mordai para robarle lo que tanto había querido ocultar en la taberna. En ese momento, Mordai salió detrás de él y le rodeó el cuello con una de las dagas, sobresaltando al enano.
- ¿Buscas algo, Kildrak? - le dijo bastante serio.
El enano no tuvo más remedio que levantar los brazos en señal de rendición para que Mordai le quitara la daga que tan amenazantemente estaba acariciando su cuello. Pero Mordai no hizo ademán de quitarla, sino que la apretó todavía más contra su cuello. Sabía que no podía confiar ni un ápice en aquel enano.
- ¡Afloja un poco que me matas! - dijo el enano verdaderamente asustado.
- ¿Y que te hace pensar que no quiero hacerlo, sabandija? - contestó con voz seria. - Vete de mi habitación ahora mismo, Kildrak. La próxima vez no seré tan benévolo contigo.
Y lo guió hacia la puerta, aún sin quitarle la daga del cuello y de una patada lo echó fuera. Pero sabía de buena tinta que aquello no acabaría así. Eso había sido una humillación para Kildrak y sabía que querría vengarse. Así que tenía que hacer algo, pero no se iría de esa taberna después de la propina que le había dejado a Marco. De modo que Mordai decidió quedarse en pie toda la noche, examinando más de cerca aquellas extrañas dagas que tanto trabajo le habían costado ganar y que tantos problemas le estaban acarreando.
- No estaréis malditas, ¿verdad? - dijo Mordai en tono burlesco mientras las limpiaba.
Pero ahora mismo tenía problemas más graves de los que preocuparse. Aquel extraño señor seguro que seguía furioso por la perdida y Kildrak no se daría por vencido. De modo que en un momento que Mordai tuvo que ir al baño, se coló en la habitación y empezó a revolverlo todo en busca de aquellas dagas, pero no las encontraba por ninguna parte, y Mordai ya estaría a punto de volver, así que debía salir de allí rápido. Pero no tenía tiempo para ordenar todo aquello, sabría que había estado allí y seguramente tomase represalias. Estaba entre la espada y la pared, pero salió de allí lo más rápido y sigiloso que pudo, pero no fue suficiente. Al entrar Mordai en su habitación se lo encontró de frente, yendo a salir.
- Vaya, vaya. Veo que no te das por vencido. - dijo sacando una de las dagas y cambiando el color de los ojos a negro mientras el enano retrocedía.
- Vamos, hombre. Déjame ir. Te juro que no volverá a pasar. - le contestó mientras su espalda se topaba ya con la pared de la habitación.
- No es un secreto que no me caes bien, Kildrak. Si por mi fuera te mataría aquí y ahora, pero eso me acarrearía problemas. - dijo mientras le ponía la daga al cuello.
- S-sí, eso es. Te acarrearía muchos problemas. Vamos, deja que me vaya. - Dijo el enano asustado.
- No puedo dejar que te vayas así como así. Has intentado robarme dos veces en lo que va de noche. La primera vez fui benévolo contigo y te deje ir. Ahora me vas a pagar.
- Claro, toma. Quédate este dinero. - dijo ofreciéndole una bolsa.
- No quiero tu dinero, alimaña. Quiero algo más preciado para ti.
Y de un solo tirón le cortó la barba con la daga y lo echó de nuevo de la habitación. Kildrak salió hecho una fiera de la habitación. Aquel sucio tiefling había mancillado su honor y no podía permitir que aquello acabase así. Se las haría pagar, no solo por la barba, sino por todas las peleas que habían tenido. Aquel tiefling se enteraría de lo pendenciero que puede llegar a ser un enano.
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