Fue un parto complicado. Tras 10 horas de mucho esfuerzo, el cuerpo de Damaia no pudo soportarlo y murió, no sin antes sostener a su hijo en brazos. Habían decidido llamarlo Mordai, y vino al mundo trayendo muerte.
Mal augurio para cualquier bebé, pero Morthos, aún roto por la pérdida de Damaia, lo cuidaría con todo el amor que un padre puede tener hacia un hijo. Lo quería más que a todo en esta vida. Nuestro pequeño tiefling, aunque huérfano, tuvo una infancia envidiable con su padre.
A Morthos le encantaba ver a su hijo tan feliz. Él veía a Damaia a través de Mordai. Su pelo, su mirada, incluso había heredado algunas de las manías de su madre, como tocarse la oreja cuando estaba mentía o enrollar la cola en la pierna cuando se ponía nervioso, y ver que Damaia, en cierto modo, vivía a través de su hijo a Morthos le llenaba el corazón.
Morthos se encargaba de todo. Cuando Mordai creció un poco, empezó a llevarlo al bosque con él y le enseñaba a cazar, rezando para que nunca tuviera que hacerlo. Le enseñaba todo lo que sabía acerca del mundo y de Damaia, su mundo. Todo lo que Morthos aprendió de ella se lo enseño a Mordai; su historia, la de su raza, su idioma, sus orígenes. A Mordai le gustaba escuchar las historias de su padre e ir a la biblioteca con él. Las historias que más le gustaban eran la de los libros que contaban leyendas acerca de unas tierras lejanas, más al norte de la Costa de la Espada. Leyendas acerca de poderosos dioses que blandían martillos capaces de invocar tormentas o transformarse con la facilidad que un pájaro vuela cada día.
De todas las historias, sus favoritas eran esa sin duda, y las escuchaba una y otra vez. Dioses bravos y guerreros que protegían el mundo de peligros nunca antes imaginados, terribles gigantes que desolaban la Tierra a su paso, o seres capaces de tramar ardides capaces de engañar incluso al más cauto de todos. Y su padre disfrutaba casi tanto como él al ver la cara de felicidad de su hijo ante esas historias tan increíbles de creer.
Sin embargo, no todo era alegría en la vida de estos tieflings. De vez en cuando Morthos salía a trabajar varios días, dejando a Mordai a cargo de su tío Damakos, quien a vista de Morthos no era muy buena influencia, pero era su hermano y le quería igualmente.
Damakos le enseñaba a Mordai cosas como los juegos de manos, cómo jugar a las cartas y otras cosas típicas de bares de no muy alta reputación. Mordai, que era un chico curioso cuanto menos, prestaba bastante atención a todo lo que su tío le enseñaba. Aprendía rápido, y eso a veces no era tan bueno, como bien sabía Morthos.
No eran pocas las veces que Morthos discutía con su hermano acerca de la influencia que este ejercía sobre el chico, y en más de una ocasión le prometía no volver a enseñarle tales cosas, pero la mentira era otro de los talentos de Damakos.
A pesar de eso, él sabía que su hermano tenía mejor corazón de lo que aparentaba, y que quería a Mordai casi tanto como si fuera su propio hijo, pues él nunca había tenido uno. Damakos, como es normal, no quería que le pasase nada a Mordai, y por seguro que no dejaría que le ocurriese cualquier cosa, aunque eso le costase alguna paliza, o incluso la vida.
Y por desgracia, un día así fue. Morthos estaba de misión, como era costumbre, y un día mientras dormían entraron unos señores altos con muy malas pintas a la casa de los Salzer. A Mordai le dio tiempo a esconderse en un armario, pero por desgracia pillaron Damakos.
- ¡¿Dónde está?!, ¿Dónde está el chico? - Vociferó uno de ellos.
- No tengo ni idea de que habláis. - Replicó Damakos.
- ¡Buscadle! - Les gritó a los dos hombres que iban con él.
Y dos tipos, de apariencia casi demoníaca empezaron a registrar la casa den busca de Mordai, quien por suerte estaba escuchando todo esto. Consiguió escapar por la ventana, sin mirar atrás, y corrió unas cuantas manzanas hasta que perdió el aliento.
Ese fue el último momento en el que Mordai supo de su familia. Desde entonces, Mordai, quien tenía miedo de volver a casa, empezó a vivir en la calle, solo y sin ayuda. Le gustaba cazar para sobrevivir como le enseñó su padre e ir a la biblioteca a leer algunos días. Pero las calles no son generosas, es una vida muy mala y más temprano que tarde tuvo que empezar a robar y timar para poder comer algo más que algún pájaro o conejo que cazase por la zona. Las calles de Neverwinter son frías, y las posadas no se pagan solas.
Cierto es que no se tiene muy
buena imagen de los tieflings, pero cuando tu vida da un giro como la de
Mordai, no te queda otra que seguir esos estereotipos que tanto has odiado. Sin
embargo, él solo robaba a personas adineradas, que se iban jactando por ahí de
su lujosa vida. Nunca le gustó robar a los de su condición, pues sabía lo mal
que se pasa cuando no tienes ni un pedazo de pan que llevarte a la boca.
A pesar de todo, Mordai vivía
según los principios que le había enseñado su padre, aunque por el puro azar
del destino, o como consecuencia inevitable de la vida de su padre, hubiese
tenido que poner en práctica lo que le había enseñado su tío.
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