A pesar de llevar años sin ver a su padre, Mordai seguía yendo a la biblioteca a leer acerca de los dioses de los que le habló. Le gustaban tanto esas leyendas que su padre de pequeño le hizo una bolsa de runas artesanales como las de las historias. Eso fue el único afecto personal que pudo llevarse Mordai antes de ser empujado a las calles.
Cierto día, estando en la biblioteca, vio un libro que nunca había visto. Hablaba de los dioses que a él tanto le gustaban, pero hablaba de uno en especial, Loki. De Loki se decía que era el Dios de las mentiras y el engaño. Según decían, podía transformarse en cualquier animal o persona, engañando a cualquiera que se topase con él. Mordai estaba tan entusiasmado leyendo aquel libro, que sin darse cuenta estaba hablando en voz alta, hasta llegar a una anotación un tanto extraña que había en el pie de una página. Era una escritura muy rara, casi ilegible, pero aun así Mordai lo intentó.
Al acabar de leerlo y levantar la vista se dio cuenta de que ya no estaba en la biblioteca. Estaba en una pradera de hierba verde como los ojos de su madre de los que tanto hablaba Morthos. Era un verde como nunca había visto. El cielo estaba nublado, pero no con nubarrones grises que evocan tristeza, sino nubes blancas como el algodón que te evocaba a aquellos días de verano en tu infancia. Al girarse, lo vio. Un señor alto, delgado, de pelo negro como el carbón. Era como en las imágenes de los libros que había leído, y ahora estaba frente a él; Loki, el señor de las mentiras. Empezó a hablar antes de que a Mordai le diese tiempo siquiera a pestañear. Estaba ensimismado, ni siquiera podía creerse que estuviera ahí y ni siquiera entendía lo que le estaba diciendo. Loki le tendió la mano a Mordai, para ayudarle a levantarse pensó él, y cuando se la dio y se levantó, al terminar de alzarse, estaba de nuevo en la biblioteca, de pie enfrente de la mesa con aquel extraño libro abierto frente a él. Mordai lo cerró, miró a los lados buscando personas, y al ver que no había nadie más que él, decidió guardárselo.
Salió de la biblioteca pensando si todo eso había sido cierto o si se habría quedado dormido leyendo aquel libro. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, como si algo tratara de decirle que no había sido un sueño. Se giró, mas no vio a nadie por la calle que destacase entre las personas. Siguió caminando extrañado, aún sin creerse todo lo que había pasado. Decidió pararse a descansar en el primer sitio que vio que podía sentarse y estuvo allí gran parte de la tarde.
La gente de sus alrededores, al pasar, miraban raro en su dirección, como si algo no fuera bien con él.
- ¡Bicho raro! – gritó alguno de los transeúntes.
- ¡¿Acaso nunca has visto un tiefling, imbécil?! – contestó Mordai sin morderse la lengua.
La tarde pasó sin más incidente, pero a cada segundo que pasaba Mordai estaba más y más extrañado, incluso notaba presencias o se notaba raro. No fue hasta después de cenar, cuando se quedó en una posada y se miró en el espejo cuando lo vio. Su ojo derecho ya no era de un color amarillo liso, sino que se había transformado en un ojo verde como el de un humano normal. Fue entonces cuando lo comprendió, aquello no había sido un sueño.
Mordai ya había leído cosas así antes, gente que recibe dones de deidades antiguas, pero que también recibían un cambio en su cuerpo. Entonces Mordai sacó el libro que había robado de la biblioteca decidido a volver a leer aquella extraña inscripción, mas no encontró nada fuera de lo común en aquel libro, solo leyendas que contaban sobre Loki.
Pasaron días hasta que Loki decidió aparecerse de nuevo frente a Mordai, quien ahora llevaba una capa para evitar las miradas. Apenas fueron unos minutos, pero Loki le contó acerca de los poderes que había decidido otorgarle a Mordai, pero le dijo que los siguiente los tendría que descubrir por su cuenta, pero le prometió que si se volvía más poderoso le bendeciría con un familiar, una criatura pequeña que le haría compañía y a la que podría controlar.
Desde ese entonces, Mordai apenas usaba la magia. Ponía a prueba un hechizo de control mental que le había concedido Loki, pero ese solo lo usaba para robar y timar. A falta de una influencia paterna, Loki lo llevó por el mal camino. Mordai empezó a robar a todos sin distinción de raza o poder económico. A decir verdad, Mordai se acomodó bastante a esa vida y no tenía afán de alcanzar algo mejor.
La vida no le trataba mal, él vivía de taberna en taberna, siempre permaneciendo en Neverwinter, pues en su interior aún le reconfortaba la idea de volver a encontrarse con su padre un día y contarle todo lo que le había sucedido. Con el tiempo, conoció a mucha gente, sobre todo taberneros y habituales de la taberna, pues no hacía más que frecuentarlas, junto con la biblioteca. Se ganaba el pan apostando en juegos de bares, muchas veces llegando a hacer trampa, pero casi nunca le pillaban. Era un chico tranquilo, nunca daba problemas a los taberneros, pero alguna que otra vez se metió en alguna pelea de bar. Nada fuera de lo normal.
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