Era una noche fría de invierno. Mordai no podía conciliar el sueño. Estaba acostado en una de las habitaciones de una posada cochambrosa de pueblo. Aquello más que una habitación parecía un cuchitril. La cama era dura, las paredes tenían manchas y varios picotazos o golpes. Cierta parte del techo goteaba y aquello olía como si una piara de cerdos se hubiera estado revolcando por el fango, se hubieran quedado encerrados en la habitación por días y después hubiera muerto alguien allí, cosa que no le extrañaría nada a Mordai.
Pero esa no era la razón por la que no podía conciliar el sueño. Había algo que le rondaba la cabeza, que le impedía dormir como de costumbre. Mordai bajó a media noche para ver si había alguien en el bar de la posada. Solo estaban los cuatro borrachos de siempre, y la pobre señorita Meriel, la hija del tabernero, con cara de cansancio, intentando esbozar una sonrisa ante aquel grupo tan desagradable.
Le tocaba aquella noche hacer turno y atender a todo que pudiera entrar en la posada. No era algo habitual que hubiera un turno de noche, pero a su familia le hacía falta las cuatro perras que podían sacar dejando la posada abierta a esas horas. Meriel era una semielfa preciosa, canija, pero con curvas pronunciadas, que las disimulaba con la aparatosa falda de camarera que llevaba. Al ver a Mordai bajar por las escaleras se acercó a él con una muestra sincera de simpatía, para preguntarle qué deseaba.
- ¿Desea algo, Mordai? – le preguntó con delicadeza.
- Un whisky solo, por favor. – respondió Mordai sin prestar mucha atención, estando más pendiente de lo que le no le dejaba dormir. No podía saber que era, pero algo le estaba incomodando, como una mosca en verano que no te deja descansar tranquilo.
- ¿No puede dormir?
- Hay algo que me ronda la cabeza y me está manteniendo en vilo esta noche. – contestó Mordai, esta vez levantando la cara para mirar a los ojos a Meriel.
- Si necesita algo más no dude en pedirlo. – replicó Meriel con una sonrisa.
Mordai se limitó a asentir, como respuesta a la oferta de Meriel. A decir verdad, a Meriel no le disgustaba Mordai. Frecuentaba mucho la posada y nunca daba problemas, y a pesar de pasar mucho tiempo bebiendo, no era como el resto de borrachos de la taberna. Él siempre sabía mantener la compostura y había sido agradable con ella, aunque pocas veces le había visto la cara, entre el pelo y la capucha que llevaba a menudo.
Al cabo de un rato, Mordai ya había bebido suficiente como para tumbar a cualquiera que no estuviera acostumbrado, fue entonces cuando se le ocurrió una idea. Mordai se levantó de la mesa y se fue, dejando en el vaso el equivalente en monedas de oro a lo que había bebido. Salió por la puerta bastante decidido y se marchó en mitad de la noche, apenas pudiendo tenerse en pie. Llegó a su destino; su vieja casa, inhabitada tras su brusca salida. Entonces, tras revisar que nadie la había habitado después de haber sido abandonada por él años atrás, decidió sacar una caja de cerillas que llevaba y prenderle fuego. Tras observar media hora como la casa poco a poco empezaba a arder, decidió volverse a la taberna.
Mientras en la taberna, Meriel se preguntaba qué estaría haciendo Mordai y por qué se fue de manera tan repentina. Fue entonces cuando entró por la puerta, tambaleándose y tropezando con todo. Ella decidió cerrar la taberna momentáneamente y ayudarlo a subir a su cuarto.
Mordai se rehusó de ser ayudado, pero cuando se cayó de bruces al suelo no le quedó más remedio que aceptar la ayuda. Meriel se echó su brazo entorno a su espalda y lo ayudó a subir las escaleras que separaban la parte del comedor de las habitaciones. Le abrió la puerta y le dejó que entrase solo, pues así se lo había pedido él. Mas cuando se giró para irse, Mordai la llamó por su nombre.
- Meriel. – Dijo él, para llamar su atención.
Pero al girarse Meriel, lo que se encontró fue con un Mordai que se lanzó para besarla. Sobresaltada, las mejillas de Meriel bajo aquella tenue luz parecían casi del mismo color que la piel de Mordai. Al acabar, Mordai dijo "Muchas gracias, por todo." y se encerró en su cuarto, esperando poder conciliar el sueño. Meriel por su parte aún no se creía lo ocurrido. Se quedó frente su puerta durante unos segundos, y decidió bajar a despertar a su padre para irse ella a dormir, pues ya se estaba acabando su turno.
Al despertar, Mordai bajó a la parte de la taberna a almorzar, pues se había pasado la hora del desayuno con creces. Estuvo esperando allí jugando a las cartas y a los dados hasta que Meriel apareció. En ese momento Mordai se excusó y se levantó a hablar con ella.
Esta vez Mordai quería que viese su cara, de modo que se quitó la capucha y se apartó el pelo de la cara. Cogió a Meriel por el brazo y, con su permiso, se la llevó a un rincón donde pudieran hablar. Él le contó lo sucedido anoche, y le pidió disculpas por su comportamiento. Ella, en cambio, le devolvió una sonrisa cálida de las que reconfortan incluso al más triste y le dijo que no pasaba nada, mientras le daba un beso en la mejilla y se volvía para ir a hacer su trabajo.
En ese momento fue el tiefling el que se quedó perplejo, pero volvió a jugar a las cartas, intentando fingir que nada había sucedido, pero eso no sería tan fácil para él. Perdió un par de manos a las cartas por estar distraído pensando en todo; en que a partir de ahora no tenía sitio donde volver, que sería un nómada por bastante tiempo, en el beso a Meriel y en su respuesta este medio día. Todo eso le tenía pensando en cosas que no debía en ese momento, por eso decidió dejar de jugar a las cartas, ir a la barra y comenzar a beber. Fue Meriel quien le atendió.
- ¿No es un poco pronto para empezar a beber? - dijo guiñándole el ojo y poniéndole el whisky igualmente.
- Puede, ¿pero desde cuándo me ha importado eso a mí? - respondió él, devolviéndole el guiño. - Oye, respecto a lo de anoche...
- No hay nada más que decir. – contestó ella con la amabilidad que tanto le caracterizaba.
A decir verdad, Mordai se sentía cómodo con aquella situación, pero no sabía bien cómo actuar en situaciones como esas. Le parecía que, por primera vez desde que dejó su casa, no estaba del todo solo. Era la primera persona en la que Mordai se había interesado desde aquello y sentía que todo aquello le sobrepasaba.
Como es normal, con el tiempo empezaron a coger más confianza el uno en el otro, y Mordai cada vez frecuentaba más aquella taberna en lugar de las otras. Parecía que estuvieran enamorándose el uno del otro, así que con el tiempo Mordai se atrevió y dio el paso. Fueron apenas unos segundos los que Meriel tardó en responder, pero a Mordai se le hicieron eternos.
- Meriel, he estado pensando un tiempo y me preguntaba si te gustaría salir conmigo... - dijo, agachando un poco la cabeza temiendo la respuesta.
- No sé qué decir. – dijo ella, con esa simpatía que desbordaba – Está bien, saldré contigo.
- Enhorabuena, – Sonó una voz burlona en la cabeza de Mordai – me gusta esta chica. – sonó con picardía.
- G-gracias. - tartamudeó.
- ¿Gracias? – Contestó ella algo desconcertada.
- ¿Eh? Ah, sí, es que nunca he estado con nadie. – dijo Mordai, intentando recobrar la compostura.
Fue un noviazgo lleno de altos y bajos, momentos en los que había que ocultar su relación para que el padre de Meriel no les pillase, pues no le gustaba que su hija estuviera por ahí con uno de los borrachos que eran sus clientes.
Con el tiempo, la situación entre ambos se empezó a enrarecer cada vez más. A él no le gustaba tener que estar ocultando lo suyo a ojos de todo el mundo y ella odiaba que Mordai siguiera jugando a juegos de azar apostando dinero. Al cabo de un año y medio de relación, decidieron dejarlo por mutuo acuerdo.
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