miércoles, 29 de abril de 2020

Capítulo 6: Archirrival

Y es que no era el primer encuentro que Mordai tenía con Kildrak. Era bien sabido por nuestro tiefling que aquel enano era un ser pendenciero y nada de fiar. Muchas palabras se le ocurrían para describirlo y ni una sola era buena. Kildrak era un tramposo, un ladrón, un borracho y su rivalidad se remontaba años atrás, desde el primer momento que se conocieron jugando a las cartas. Mordai apenas tenía 18 años cuando se sentó en aquella mesa a apostar para matar el tiempo. No le costó ni un par de rondas descubrir que aquel enano mugriento trataba de hacer trampas guardándose cartas bajo la manga o amañando la baraja.

Mordai, que no tenía ni un solo pelo en la lengua lo hizo saber, generando una gran pelea y por supuesto ganarse el odio de aquel enano. No pocos son los desencuentros que han tenido desde entonces, como aquella vez que Kildrak le intentó robar colándose en su habitación o aquella vez que Mordai intentó que arrestaran a Kildrak. Pero este día Mordai no estaba para bromas o peleas. Cualquier intento que tuviera en mente el enano por fastidiarlo, Mordai ya se lo había imaginado y pensado cómo defenderse llegado el caso.

De modo que llegó a su habitación, hizo un rollo con sus pertenencias, exceptuando las dagas, y las puso bajo las sábanas simulando que era él. Se colocó detrás de la puerta y esperó paciente a que llegase Kildrak, porque sabía que lo haría.

Apenas unos minutos después, la puerta se abrió lentamente, intentando por todos los medios que no crujiese. Kildrak entró sigiloso, todo lo sigiloso que puede ser un enano bebido, y buscó la mochila de Mordai para robarle lo que tanto había querido ocultar en la taberna. En ese momento, Mordai salió detrás de él y le rodeó el cuello con una de las dagas, sobresaltando al enano.

- ¿Buscas algo, Kildrak? - le dijo bastante serio.

El enano no tuvo más remedio que levantar los brazos en señal de rendición para que Mordai le quitara la daga que tan amenazantemente estaba acariciando su cuello. Pero Mordai no hizo ademán de quitarla, sino que la apretó todavía más contra su cuello. Sabía que no podía confiar ni un ápice en aquel enano.
- ¡Afloja un poco que me matas! - dijo el enano verdaderamente asustado.

- ¿Y que te hace pensar que no quiero hacerlo, sabandija? - contestó con voz seria. - Vete de mi habitación ahora mismo, Kildrak. La próxima vez no seré tan benévolo contigo.

Y lo guió hacia la puerta, aún sin quitarle la daga del cuello y de una patada lo echó fuera. Pero sabía de buena tinta que aquello no acabaría así. Eso había sido una humillación para Kildrak y sabía que querría vengarse. Así que tenía que hacer algo, pero no se iría de esa taberna después de la propina que le había dejado a Marco. De modo que Mordai decidió quedarse en pie toda la noche, examinando más de cerca aquellas extrañas dagas que tanto trabajo le habían costado ganar y que tantos problemas le estaban acarreando.

- No estaréis malditas, ¿verdad? - dijo Mordai en tono burlesco mientras las limpiaba.

Pero ahora mismo tenía problemas más graves de los que preocuparse. Aquel extraño señor seguro que seguía furioso por la perdida y Kildrak no se daría por vencido. De modo que en un momento que Mordai tuvo que ir al baño, se coló en la habitación y empezó a revolverlo todo en busca de aquellas dagas, pero no las encontraba por ninguna parte, y Mordai ya estaría a punto de volver, así que debía salir de allí rápido. Pero no tenía tiempo para ordenar todo aquello, sabría que había estado allí y seguramente tomase represalias. Estaba entre la espada y la pared, pero salió de allí lo más rápido y sigiloso que pudo, pero no fue suficiente. Al entrar Mordai en su habitación se lo encontró de frente, yendo a salir.

- Vaya, vaya. Veo que no te das por vencido. - dijo sacando una de las dagas y cambiando el color de los ojos a negro mientras el enano retrocedía.

- Vamos, hombre. Déjame ir. Te juro que no volverá a pasar. - le contestó mientras su espalda se topaba ya con la pared de la habitación.

- No es un secreto que no me caes bien, Kildrak. Si por mi fuera te mataría aquí y ahora, pero eso me acarrearía problemas. - dijo mientras le ponía la daga al cuello.

- S-sí, eso es. Te acarrearía muchos problemas. Vamos, deja que me vaya. - Dijo el enano asustado.

- No puedo dejar que te vayas así como así. Has intentado robarme dos veces en lo que va de noche. La primera vez fui benévolo contigo y te deje ir. Ahora me vas a pagar.

- Claro, toma. Quédate este dinero. - dijo ofreciéndole una bolsa.

- No quiero tu dinero, alimaña. Quiero algo más preciado para ti.

Y de un solo tirón le cortó la barba con la daga y lo echó de nuevo de la habitación. Kildrak salió hecho una fiera de la habitación. Aquel sucio tiefling había mancillado su honor y no podía permitir que aquello acabase así. Se las haría pagar, no solo por la barba, sino por todas las peleas que habían tenido. Aquel tiefling se enteraría de lo pendenciero que puede llegar a ser un enano.

sábado, 18 de abril de 2020

Capítulo 5: Morthos y Damaia

A excepción de su apellido, poca cosa había cambiado en la vida de Mordai. Seguía frecuentando bares, tabernas y, contrariamente a lo que la gente esperaba de él, la biblioteca. A pesar de llevar frecuentándola mucho tiempo, todavía le quedaban muchos libros que leer acerca de muchas cosas. Pero su pasatiempo al que dedicaba más tiempo era, sin duda, los juegos de bares; cartas, dados, apuestas… cualquier excusa era buena para jugarse el dinero, y en ocasiones, los pocos bienes que tenían los que las frecuentaban.

A decir verdad, a Mordai se le daba bastante bien ese tipo de juegos. En más de una ocasión había conseguido ganar algún que otro cuchillo, alguna joya o incluso instrumentos musicales que luego acababa vendiendo.

Pero cierto día llego un tipo bastante raro a la taberna en la que Mordai estaba jugando. Era un tipo alto, se le veía robusto y se podía apreciar por como vestía que su estilo de vida no era precisamente acomodado. Llevaba una barba algo desaliñada y su pelo, aunque corto, también estaba hecho un caos. Su cuerpo estaba cubierto con una capa desgastada por el tiempo y las condiciones a la que había estado sometida.

A Mordai le provocó interés nada más verlo entrar por la puerta. Por suerte para él, pidió una jarra de cerveza y se sentó en la mesa en la que estaban jugando a las cartas. Parecía llevar poco dinero encima, y sus pertenencias tampoco parecían tener mucho valor, pero igualmente se sentó y comenzó a apostar.
Al cabo de poco tiempo, ya había perdido un par de manos y apenas le quedaba dinero con el que apostar. De modo que se giró hacia su saco de viaje para sacar alguna pertenencia y puso sobre la mesa un bulto envuelto en un trozo de tela bastante desgastada por el paso de los años y porque parecía haber vivido más de un percance desde que fue cosida. Al desenvolverlo dejó al descubierto un juego de dos dagas. Eran de acero negro, estaban bastante afiladas y muy bien cuidadas en comparación con el resto de sus pertenencias.

De pronto, algo dentro de nuestro tiefling le llamó a jugar por aquellas dagas. Una extraña sensación que le venía del rincón más profundo de su ser le decía que esas dagas tenían que ser suyas, como un instinto primal de que las necesitaba para algo. Y por un momento Mordai hubiera jurado que hasta el mismísimo Loki le estaba empujando a jugar por ellas.

Cuando comenzó la partida, aquel extraño señor parecía haber aprendido a jugar de repente, como si fuera un profesional que se ganaba la vida con eso. Fue una partida bastante tensa a los dados, el resto de los contendientes acabaron por caer y finalmente solo quedaban Mordai y aquel hombre que todavía no había desvelado su nombre. Ambos jugaban lo mejor que podían, pasaron varios minutos y la partida parecía que no iba a tener fin. De alguna manera, ambos iban perdiendo y ganando dados haciendo que aquello se hiciera eterno, tanto para los jugadores como para los cuatro viajeros que estaba espectando la partida. Pero Mordai estaba decidido a llevárselas.

Al cabo de un rato, y con mucho cansancio acumulado, la partida terminó a favor de él. Pero no todo iba a salir tan bien. El extraño viajero, que hasta ahora no se había quitado la capucha, se cabreó, empezó a bramar que Mordai había hecho trampas y que era imposible que hubiera ganado aquello limpiamente. Por suerte para Mordai, se le daba muy bien embelesar a la gente, y todos los testigos se pusieron de su parte para defenderlo. Aquello desembocó en una pelea de bar de la que Mordai se escabulló y aprovechó para conseguir robarle un par de piezas de plata al extraño viajero. Antes de que la pelea acabase, se fue a su habitación y empezó a contemplar sus ganancias de esa noche. No tenía claro de qué tipo de acero eran las dagas o quién las habría forjado, pero tenía bastante claro que no pensaba venderlas.

Aquellas dagas le habían dado una idea; grabar las iniciales de sus padres en el mango. Así los llevaría siempre con él, fuese donde fuese. Puede que hubiera pasado mucho tiempo, pero Mordai no se había olvidado de su familia ni un solo segundo. Comenzó a examinarlas más de cerca y descubrió que aquellas extrañas dagas que tanto le habían llamado la atención tenían unos grabados rúnicos muy extraños. A simple vista no parecían mágicas, pero aquellos grabados sin duda alguna estaban escritos en el mismo lenguaje que tantas y tantas inscripciones que Mordai había visto en los libros de mitología nórdica.

- ¿Con que de eso se trataba, eh? ¿Me has estado empujando tú para que las consiguieras, Loki? - dijo en voz baja.

Pero no recibió respuesta alguna, aunque eso ahora mismo no le importaba. Sabía que después de toda la que había armado en la taberna, no era prudente dejar aquellas dagas desprotegidas, ni mucho menos dormir. Así que guardó todas sus cosas como pudo y salió de la taberna por la ventana de su cuarto.
Tenía que ir a un sitio de confianza, un sitio donde estuviera seguro. Pero no paraba de darle vueltas. “¿ A dónde voy?” Se decía una y otra vez. No podía volver a su casa pues ya no tenía una y la biblioteca estaba cerrada a esas horas. Tras mucho pensar, cayó en la cuenta de que había un sitio donde estaría seguro. O al menos, él se sentiría seguro allí.

- ¡Eso es! ¡La taberna de Meriel! - exclamó.

Allí estaría seguro y nadie le molestaría. De manera que puso rumbo a aquella taberna que tanto había visitado en un pasado. Pero aquella noche Meriel no estaba de guardia, sino su padre, Marco.

- Buenas noches. - dijo Mordai algo serio.

- ¿Qué va a ser? - Le contestó cortante.

- Ponme un whisky y una habitación.

Marco se fue sin mediar palabra y volvió con un vaso y una llave. Entregó ambas cosas a Mordai y se fue a hacer otras cosas. Mordai se bebió el whisky en la barra, algo más calmado, y volvió a llamar al posadero.

- Marco. ¿Tienes un momento?

- Dime, Mordai. - le contestó con la seriedad que tanto desbordaba.

- Quiero pedirte un favor. Si vienen preguntando por mí, yo no he estado aquí, ¿vale? - dijo Mordai poniéndole una moneda de oro sobre la barra. - Quédate con el cambio.

Marco lanzó una mirada asesina a Mordai, pero cogió la moneda y siguió a lo suyo. Mordai sabía que él era un tipo serio, a veces le daba bastante miedo, pero aún así sabía que Marco era bastante bueno y que le cubriría las espaldas. Se giró para irse a su habitación, pero se percató que no estaba solo. Sentado en una mesa estaban unos cuantos enanos, jugando a las cartas, entre los cuales se encontraba Kildrak, que no le había quitado ojo desde que entró por la puerta de la posada. Mordai se cubrió un poco más con la capa, intentando disimular el bulto de las dagas, y se fue para su habitación.

miércoles, 1 de enero de 2020

Capítulo 4: El apellido de un rey

Había pasado cerca de dos años desde que quemó su casa, y tras su reciente ruptura con Meriel, Mordai se estaba volviendo cada vez más solitario. Dejó de frecuentar tanto su posada como antes, y cada vez iba más a la biblioteca a despejarse leyendo. No paraba de pensar en la noche en que empezó todo aquello, cuando quemó su vieja casa y le robó aquel beso a Meriel.

Fue entonces, leyendo un libro antiguo de leyendas de héroes que cambiaban de nombre, cuando el decidió hacer lo propio con el suyo. Él siempre sería Mordai Salzer, aquel tiefling que por la crueldad del mundo acabó solo y desolado, sin más compañía que un dios con aires de grandeza que le prometía cosas que nunca llegaban. Al fin y al cabo, era el dios de las mentiras.

Le prometía riquezas, sitios y aventuras desconocidos, grandes poderes y nobleza. Le dijo que si jugaba bien sus cartas acabaría codeándose con reyes. A Mordai le gustaba la idea de llegar tan alto, de decirles un par de cosas a esos engreídos que controlan todo desde una torre de marfil mientras que los ciudadanos de a pie se las veían para poder conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca cada día. Por eso lo más apropiado sería tener un apellido acorde con ese estatus de grandeza.

Parecía buena idea cambiar de nombre después de todo aquello, pues a pesar de que no sabía quienes eran los hombres que buscaban a su padre, no le hacía gracia que a pesar de los años pudieran seguir buscándolo. A decir verdad, él no sabía por qué buscaban a su padre o si llegaron a encontrarlo, pero sabía que en caso negativo seguro que irían a por él, y pensaba que no era sensato ir por ahí con el apellido de su padre, sin saber nunca quién está escuchando.

De modo que Mordai pasó los siguientes días frecuentando la biblioteca, leyendo historias de tierras lejanas acerca de reyes y nobleza. En más de una ocasión, en el tiempo que pasaba yendo a tabernas, pagó a bardos y trotamundos para que le contaran historias de más allá del mar.

Quería saberlo todo acerca de la nobleza para poder elegir un apellido acorde a ese estatus que tan alto se imaginaba que estaba. Al pensar en nobles a Mordai se le venía a la cabeza grandes palacios donde perderse recorriendo habitaciones, un montón de criados, trajes de seda que parecían super incómodos, cubiertos de plata que brillaban más que el futuro de la mayoría de las personas que se encontraba por la calle.

A decir verdad, esa vida no le llamaba demasiado. A Mordai le gustaba más la idea de vivir aventuras y ver mundo. Lo único que parecía gustarle de poder codearse con reyes era tener dinero suficiente para poder hacer lo que quisiera. 

Algunos bardos hablaban de reyes inteligentes que emboscaban al enemigo en batallas, con estrategias que parecían haber sido pensadas por el mismísimo Odín. Otros contaban historias de reyes que peleaban junto a su pueblo, demostrando tanto coraje como el mismo dios del trueno y haciendo retroceder a imperios enteros sin más que unas pocas centenas de hombres.

Pero a Mordai le llamó la atención otra historia; la de una persona de a pie normal y corriente como él, que ascendió a rey. 

Según la leyenda, él no era más que un hombre normal y corriente, que una vez se encontró un desafío que nunca nadie había superado: una espada clavada en una piedra. Las historias narraban como centenas de hombres se reunían entorno a la espada para intentar sacarla por turnos, o todos a la vez en algunas ocasiones.

Pero no fue hasta la llegada de nuestro protagonista cuando la historia se puso interesante. Él había visitado a un mago que le dijo que él podría sacar la espada sin problemas. La historia contaba que aquella espada tenía un hechizo y solo aquel que fuera digno de empuñarla podría gobernar a todo el pueblo con sabiduría. 

Fue entonces cuando el protagonista se interesó por sacar la espada. Él no destacaba por su gran fuerza, fue por eso que todos los presentes se rieron en carcajadas al verlo llegar para intentarlo. Sin embargo, de un tirón sacó la espada de aquella piedra y la empuñó señalando al cielo con ella.

- ¡¿Y cómo se llamaba?! – Interrumpió Mordai aquella historia, ensimismado.

- Arturo. Arturo Pendragon. – Terminó el bardo, poniendo la mano exigiendo una moneda.

Mordai le dio al hombre una moneda de plata y se marchó a su habitación musitando lo que le acababa de contar. 

- Con que Pendragón… - pensó para él conforme entraba en su cuarto.

Entonces lo decidió, nunca nadie más sabría qué fue de Mordai Salzer, ese día había nacido una nueva persona, una dispuesta a doblegar a todos los nobles y hacer que le besaran los pies. Fue entonces cuando nació Mordai Pendragon.