lunes, 21 de octubre de 2024

Verano

- No se qué decir. - titubeó Mordai. - Lo cierto es que nunca he sabido bien de qué pie cojea él. O ellos, no sé. 

- Es algo que llevo pensando un tiempo. - contestó Kelek con seriedad.

- Kelek, como amigo tuyo, no puedo tomar esta decisión por ti. Es algo que tienes que sentir, y de lo que tienes que estar seguro. Puedo contarte la vez que casi le pedí matrimonio a Meriel, si te ayuda, pero me temo que voy a necesitar otra copa. 

Mordai se sirvió otra copa, mientras miraba la hoguera distante entorno a la que habían montado campamento. Tardó unos segundos en comenzar a contar la historia, y se notaba que era algo que le costaba trabajo contar.

- Esta vez decidimos no quedarnos encerrados en el cuarto. - comenzó finalmente el tiefling. - Meriel tenía un día libre en la taberna, así que decidimos ir al festival de Sune de Verano. Este festival es conocido en todo Neverwinter por ser un momento ideal para tener una cita, así que coincidimos en que podríamos ir. Recibe su nombre de la diosa Sune, para las que las flores de Florecer Ígneo son sagradas, y resulta que lo hacen en el momento álgido del verano. 

El brujo por un segundo para crear una llama, tratando de calentar un poco el ambiente, mientras Kelek esperaba que siguiera el relato con interés.

- Los pétalos de estas flores son usados como moneda durante el festival, y los negocios ofrecen artículos especiales por ellos como recuerdos. Al llegar allí, todas las plantas habían florecido en un precioso color naranja, llenando el aire de un dulce aroma que para cualquier paisano de aquí recuerda al verano. Las calles estaban decoradas con pancartas y banderas, y Meriel llevaba un precioso vestido verde y una sonrisa de oreja a oreja. Su pelo ondeaba con una pequeña brisa de verano y al andar casi parecía que flotase. Yo, por el contrario, había optado por no ponerme la capa ese día, dejando mis ojos al descubierto, y aunque pudiese atraer alguna mirada, nada me importaba si se trataba de su felicidad. Me había puesto una camisa blanca y unos pantalones grises que no tenían nada que ver con mi ropa de diario.

El ambiente estaba ligeramente menos gélido. Mordai miró su copa con un aire de tristeza, tratando de esconder sus emociones en la medida de lo posible. 

- Fuimos a un puesto que había en la plaza, donde le compré a Meriel una flor y se la coloqué en el pelo con cuidado. Le dije que estaba preciosa y pregunté si tenía algún plan. Ella me contestó que quería dar un paseo en barca por el río, pero yo pensaba dejar eso para el atardecer. Sobre esa hora, el sol se pone sobre el mar y sueltan unos farolillos de papel al aire, llenando el cielo. Era el momento ideal para pedirle matrimonio, y quería aprovecharlo.

Cada vez que paraba de hablar, la habitación se quedaba en silencio, con tan solo el crepitar del fuego que lo interrumpiese. Los otros dos compañeros dormían ya, y Mordai montaba guardia con Kelek.

- Lo tenía todo pensado. Hasta había hablado con su padre, quien ya se imaginaba que estábamos saliendo. No hay que ser un lince para ver que yo cada vez pasaba más tiempo en su taberna, que cada vez jugaba menos a las cartas y que cada vez que su hija desaparecía, a mí no se me podía encontrar por ningún lado. Ella me había cambiado a mejor, y aunque a Marco no le entusiasmase la idea, me dio su visto bueno porque sabía que hacia feliz a su hija.

Con un gesto, Mordai mandó a Desdentao a que diera una vuelta para que viera si había peligro, y guardó silencio por un momento. Al igual que hace un momento a su acompañante, a Mordai se le estaban atragantando las palabras. 

- Vimos más puestos que habían montado por las calles y la plaza, disfrutando al máximo cada momento con ella. El anillo me quemaba en el bolsillo, estaba nervioso como un niño chico, esperando que llegase el atardecer. El día fue maravilloso; probamos mucha comida, vimos las calles de la ciudad con un enfoque que no había visto antes y participamos en muchos juegos que habían colocado por todo el barrio. Y por fin llegó la hora.

Mordai paró por un momento, tratando de contener las lágrimas. Era la primera vez en mucho tiempo que se mostraba tan vulnerable, y se sentía desprotegido. Kelek colocó su mano sobre el hombro del tielfing, tratando de calmarlo.

- Estoy bien. - afirmó, pero su cara decía lo contrario. - Fuimos al embarcadero con la intención de alquilar una barca de remos, pero cuando íbamos a subir escuchamos un revuelo. Los gritos llenaron las calles, y los guardias corrían de un lado para otro. Una tribu de kobolds salvajes había invadido el mercado, con la intención de comerse las flores. Es como una droga para ellos, que los vuelve eufóricos y violentos. Nos vimos obligados a irnos de allí, y en el camino nos encontramos con dos kobolds. Estaban como en un estado de trance agresivo, e iban a atacarnos. Yo comencé a cargar un Eldritch Blast, notaba como la energía se me acumulaba en la mano en esa bola de plasma morado que ya me has visto hacer otras veces, pero Meriel me agarró del brazo, y con los ojos llorosos me pidió que corriésemos. 

Se hizo el silencio por un instante. Mordai no podía contener más las lágrimas, que ahora brotaban de sus ojos sin parar. Se llevó las manos a la cara para secárselas, mientras que el semiorco trataba de consolarle.

- Dudé. - sollozó. - ¡Dudé! Podría haberla perdido allí si no hubieran llegado guardias. Entonces lo supe. Ella merecía más, merecía un hombre que supiera defenderla y no dudase ni un segundo. Fue un golpe de realidad. Sabía que mi vida no era la mejor para estar con ella, pero pensé que podría cambiar, enderezarla de una vez. Lo que no sabía es que me bloquearía y no podría protegerla. En ese momento supe que no podría estar con ella hasta que hubiera re-hecho mi vida y aclarado mis pensamientos, y decidí no pedirle matrimonio. Fue la decisión más dolorosa que he tomado en mi vida, pero supe que era la adecuada. Ojalá pudiera volver a llevarla a un festival de Sune. Daría cualquier cosa por volver a ver su sonrisa en la calle, feliz como un niño, buscándome con la mirada entre la gente. Es por eso que debo encontrarla, pase lo que pase. Debo enmendar mi error.

viernes, 18 de octubre de 2024

Juventud

Todo comenzó el día que quemé mi casa. Sentía una inquietud por dentro que no me dejaba dormir y que el alcohol no pudo lavar. Pensé que si la quemaba, que si no tenía donde volver, aquel sentimiento se iría y podría dormir. Pero me equivocaba. No sabes hasta qué punto. 

Volví a la taberna tambaleándome, apoyándome como buenamente podía en cada pared que alcanzaba hasta que, casi por obra divina, conseguí encontrar en la oscuridad de la noche la posada en la que había estado bebiendo y entrar por la puerta. Meriel, al verme, se apuró en intentar ayudarme. Ayuda que, no sé si por orgullo o por vergüenza, rechacé, pero al intentar avanzar sin el apoyo de una pared, acabé dándome de bruces contra el suelo. Ahí supe que había tocado fondo. Meriel me ayudó a levantarme e incluso cerró la taberna para ayudarme a subir a mi habitación. Y no sería la última cosa que este tiefling le tiene que agradecer. Al llegar a mi habitación noté que ese sentimiento que tenía previamente, lejos de haber desaparecido, se había acrecentado. El corazón me latía a mil por hora, la cabeza me daba vueltas, y si mi color de piel me lo hubiese permitido, seguro que estaría aún más rojo. 

Entonces supe qué hacer. Una certeza invadió mi cuerpo como no había sentido nunca antes. Llamé a Meriel antes de que regresara abajo, agarré su muñeca para que se girase y al hacerlo me lancé. Y de repente todo se calmó. En aquel tímido momento solo existíamos ella y yo, y nos acabábamos de fundir en aquel beso que yo había tenido el descaro de robarle. Hubiese deseado que aquel instante se hiciera eterno. Por primera vez en mi vida se hizo el silencio en mi cabeza. Por primera vez supe que estaba donde tenía que estar, y en ningún lugar más. Aunque, con esta nueva claridad que había conseguido, me di cuenta de la estupidez que acababa de hacer. Me separé de ella, le di las gracias y entré en mi habitación. Esperé lo suficiente como para que Meriel tuviese tiempo de salir del shock y bajar de nuevo, y justo después me apresuré a vomitar en el baño.

El día siguiente traté de hablar con ella y disculparme, pero ella insistía en que las cosas estaban bien. Con el paso del tiempo fuimos cada vez más cercanos, hasta que pude reunir el valor para pedirle salir. Tras lo que para mí fue una eternidad, recibí una respuesta positiva. Y aquí es donde empezó el mejor año de mi vida, a pesar de las diferencias que fuimos encontrando en el camino.

Yo quería empezar una relación sin mirar atrás, solo me importaba ella en todo el mundo. Ella, sin embargo, quería mantener un perfil bajo para que su padre no descubriera que su hija estaba saliendo con uno de sus parroquianos. 

La idea al principio fue excitante. Mantener en secreto nuestra relación hacia que nuestros encuentros fueran escasos y breves, pero intensos. En ocasiones se conseguía escaquear para subir a mi cuarto, y otras veces intentábamos estar lo más lejos posible de la taberna. Aún recuerdo la primera vez que nos vimos después de empezar a salir. 

Subió ella primera a la habitación para evitar sospechas, mientras yo jugaba una mano a las cartas. Subí con el corazón acelerado al cuarto, nervioso por ser la primera vez que salía con alguien. Meriel me abrió la puerta de mi propia estancia y se sentó en la cama, con una sonrisa que hubiera derretido hasta el corazón helado de Vorugal. Yo me apresuré a sentarme al lado, tímido como un niño en la noche de Halloween pidiendo caramelos. Toda la palabrería y verborrea que me caracteriza había abandonado mi cuerpo, y al mirarla a los ojos no encontraba ninguna palabra merecedora de romper tan precioso silencio. Nuestros dedos se buscaron en la cama, hasta finalmente entrelazarse. Trataba de calmarme cuando Meriel se lanzó a besarme. De golpe, una sensación de calor invadió mi cuerpo. Su mano, suave como el terciopelo, acariciaba mi mejilla encendida por la pasión. La mía se enredaba por su sedoso cabello, jugando con pequeños mechones de pelo. Nuestra respiración se detuvo por un instante en el que solo existíamos nosotros dos. Nuestras cabezas se separaron de nuevo, dejando escapar una sonrisa, tímida pero distinguible. Sus ojos buscaban a los míos, que le devolvían la mirada vergonzosamente. 

- Debo volver. - me dijo sin mucha convicción. - ¿Te veo esta noche?

- Claro, esta noche. - titubeé, justo antes de besarla de nuevo. - Nos vemos esta noche.

Y salió de mi habitación rumbo hacia la planta de abajo. Yo, mientras tanto, me quedé tumbado en la cama con una sonrisa tonta, sin terminar de creérmelo, mirando al techo y preguntándome qué había podido hacer para merecer al fin algo bueno en mi vida. Si le preguntases a Loki, seguro que diría que fue obra suya y que es gracias a él que estuviésemos saliendo, pero no todo gira entorno a él. Esto no. Esta historia es demasiado buena para cualquier cosa que haya tocado sus manos.

Con el tiempo, nuestros encuentros cada vez eran menos breves, pero no por ello menos intensos. Recuerdo la primera vez que dimos un paso más. Ella subió a mi cuarto, como de costumbre, y comenzamos a besarnos. Pero esta vez era diferente, esta vez quería más. Deslicé mi mano bajo su camisa, en parte esperando que me detuviese, pero no lo hizo. Continué acariciando cada centímetro de su piel, acercándome cada vez más a su pecho. Noté como su respiración se aceleraba con cada movimiento de mi mano, sus besos se volvían más intensos, e incluso me mordía el labio. Y de repente, se detuvo. Pensé que había alcanzado su límite, que mi suerte se había acabado. Pero aquello estaba lejos de acabarse. Meriel me sacó la camisa, yo la tumbé en la cama. Comencé a desabrochar los botones de la suya, uno a uno, haciéndome de rogar. Miré hacia arriba y me devolvió la mirada, mordiéndose tímidamente el labio. No intercambiamos ninguna palabra, y sin embargo su mirada me lo dijo todo. Me apresuré a terminar de quitarle la camisa y comencé a besarle el cuello, mientras ella pasaba su mano por mi espalda mientras con la otra agarraba mi cabeza. Notaba sus uñas clavarse como los dientes de un tiburón, señal de que lo estaba disfrutando, o eso quise pensar. Comencé a bajar besando su torso desnudo, parando brevemente en su pecho, y continuando hacia abajo lentamente, hasta llegar a su ombligo. Amagué con seguir, pero me detuve a quitarle los pantalones, tras lo cual hice lo mismo con los míos apresurado. Volvimos a besarnos, con calma pero con pasión, mientras terminábamos de bajarnos la ropa interior. Sostuve sus manos con una de las mías por encima de su cabeza y lo demás es historia. Después de eso, nos quedamos en la cama, aún sin creerlo.

- Me gustan tus ojos. - me dijo.

- ¿Qué?

- Tus ojos. - reafirmó. - Me gustan. Me he dado cuenta de que siempre haces lo posible para ocultarlos, pero a mí me gustan. ¿Son así por alguna herencia de tus padres?

- Eso quisiera, pero no. - contesté girándome para mirarla. - Verás, hace unos años estaba en la calle, no tenía nada ni a nadie, y una especie de dios me engañó para hacer una especie de trato. Siempre puedo cambiarlos de color con magia, pero apenas dura unos minutos, por lo que tengo que acordarme continuamente si quiero mantenerlo. Por eso pensé que era más fácil ocultarlos directamente.

- Conmigo no tienes que preocuparte. Me gustas, Mordai, no te pediría que cambies.

Sus palabras me derritieron el corazón. La abracé, en parte para ocultar que estaba llorando, aunque no lo conseguí. Me secó las lágrimas y nos quedamos allí cinco minutos más, disfrutando nuestra compañía. 

Ahora te toca a ti contarme algo, yo ya he hablado suficiente. Con otra copa te contaré acerca de la vez que fuimos al festival de Sune de Verano.




Este pequeño relato comenzó como un romance entre Mordai y Meriel, pero me dejé llevar un poco y acabó convirtiéndose en una historia erótica. Espero que hayas disfrutado este episodio de la vida de mi personaje y que tengas una agradable velada.

Nos vemos en  el siguiente post.

miércoles, 29 de abril de 2020

Capítulo 6: Archirrival

Y es que no era el primer encuentro que Mordai tenía con Kildrak. Era bien sabido por nuestro tiefling que aquel enano era un ser pendenciero y nada de fiar. Muchas palabras se le ocurrían para describirlo y ni una sola era buena. Kildrak era un tramposo, un ladrón, un borracho y su rivalidad se remontaba años atrás, desde el primer momento que se conocieron jugando a las cartas. Mordai apenas tenía 18 años cuando se sentó en aquella mesa a apostar para matar el tiempo. No le costó ni un par de rondas descubrir que aquel enano mugriento trataba de hacer trampas guardándose cartas bajo la manga o amañando la baraja.

Mordai, que no tenía ni un solo pelo en la lengua lo hizo saber, generando una gran pelea y por supuesto ganarse el odio de aquel enano. No pocos son los desencuentros que han tenido desde entonces, como aquella vez que Kildrak le intentó robar colándose en su habitación o aquella vez que Mordai intentó que arrestaran a Kildrak. Pero este día Mordai no estaba para bromas o peleas. Cualquier intento que tuviera en mente el enano por fastidiarlo, Mordai ya se lo había imaginado y pensado cómo defenderse llegado el caso.

De modo que llegó a su habitación, hizo un rollo con sus pertenencias, exceptuando las dagas, y las puso bajo las sábanas simulando que era él. Se colocó detrás de la puerta y esperó paciente a que llegase Kildrak, porque sabía que lo haría.

Apenas unos minutos después, la puerta se abrió lentamente, intentando por todos los medios que no crujiese. Kildrak entró sigiloso, todo lo sigiloso que puede ser un enano bebido, y buscó la mochila de Mordai para robarle lo que tanto había querido ocultar en la taberna. En ese momento, Mordai salió detrás de él y le rodeó el cuello con una de las dagas, sobresaltando al enano.

- ¿Buscas algo, Kildrak? - le dijo bastante serio.

El enano no tuvo más remedio que levantar los brazos en señal de rendición para que Mordai le quitara la daga que tan amenazantemente estaba acariciando su cuello. Pero Mordai no hizo ademán de quitarla, sino que la apretó todavía más contra su cuello. Sabía que no podía confiar ni un ápice en aquel enano.
- ¡Afloja un poco que me matas! - dijo el enano verdaderamente asustado.

- ¿Y que te hace pensar que no quiero hacerlo, sabandija? - contestó con voz seria. - Vete de mi habitación ahora mismo, Kildrak. La próxima vez no seré tan benévolo contigo.

Y lo guió hacia la puerta, aún sin quitarle la daga del cuello y de una patada lo echó fuera. Pero sabía de buena tinta que aquello no acabaría así. Eso había sido una humillación para Kildrak y sabía que querría vengarse. Así que tenía que hacer algo, pero no se iría de esa taberna después de la propina que le había dejado a Marco. De modo que Mordai decidió quedarse en pie toda la noche, examinando más de cerca aquellas extrañas dagas que tanto trabajo le habían costado ganar y que tantos problemas le estaban acarreando.

- No estaréis malditas, ¿verdad? - dijo Mordai en tono burlesco mientras las limpiaba.

Pero ahora mismo tenía problemas más graves de los que preocuparse. Aquel extraño señor seguro que seguía furioso por la perdida y Kildrak no se daría por vencido. De modo que en un momento que Mordai tuvo que ir al baño, se coló en la habitación y empezó a revolverlo todo en busca de aquellas dagas, pero no las encontraba por ninguna parte, y Mordai ya estaría a punto de volver, así que debía salir de allí rápido. Pero no tenía tiempo para ordenar todo aquello, sabría que había estado allí y seguramente tomase represalias. Estaba entre la espada y la pared, pero salió de allí lo más rápido y sigiloso que pudo, pero no fue suficiente. Al entrar Mordai en su habitación se lo encontró de frente, yendo a salir.

- Vaya, vaya. Veo que no te das por vencido. - dijo sacando una de las dagas y cambiando el color de los ojos a negro mientras el enano retrocedía.

- Vamos, hombre. Déjame ir. Te juro que no volverá a pasar. - le contestó mientras su espalda se topaba ya con la pared de la habitación.

- No es un secreto que no me caes bien, Kildrak. Si por mi fuera te mataría aquí y ahora, pero eso me acarrearía problemas. - dijo mientras le ponía la daga al cuello.

- S-sí, eso es. Te acarrearía muchos problemas. Vamos, deja que me vaya. - Dijo el enano asustado.

- No puedo dejar que te vayas así como así. Has intentado robarme dos veces en lo que va de noche. La primera vez fui benévolo contigo y te deje ir. Ahora me vas a pagar.

- Claro, toma. Quédate este dinero. - dijo ofreciéndole una bolsa.

- No quiero tu dinero, alimaña. Quiero algo más preciado para ti.

Y de un solo tirón le cortó la barba con la daga y lo echó de nuevo de la habitación. Kildrak salió hecho una fiera de la habitación. Aquel sucio tiefling había mancillado su honor y no podía permitir que aquello acabase así. Se las haría pagar, no solo por la barba, sino por todas las peleas que habían tenido. Aquel tiefling se enteraría de lo pendenciero que puede llegar a ser un enano.

sábado, 18 de abril de 2020

Capítulo 5: Morthos y Damaia

A excepción de su apellido, poca cosa había cambiado en la vida de Mordai. Seguía frecuentando bares, tabernas y, contrariamente a lo que la gente esperaba de él, la biblioteca. A pesar de llevar frecuentándola mucho tiempo, todavía le quedaban muchos libros que leer acerca de muchas cosas. Pero su pasatiempo al que dedicaba más tiempo era, sin duda, los juegos de bares; cartas, dados, apuestas… cualquier excusa era buena para jugarse el dinero, y en ocasiones, los pocos bienes que tenían los que las frecuentaban.

A decir verdad, a Mordai se le daba bastante bien ese tipo de juegos. En más de una ocasión había conseguido ganar algún que otro cuchillo, alguna joya o incluso instrumentos musicales que luego acababa vendiendo.

Pero cierto día llego un tipo bastante raro a la taberna en la que Mordai estaba jugando. Era un tipo alto, se le veía robusto y se podía apreciar por como vestía que su estilo de vida no era precisamente acomodado. Llevaba una barba algo desaliñada y su pelo, aunque corto, también estaba hecho un caos. Su cuerpo estaba cubierto con una capa desgastada por el tiempo y las condiciones a la que había estado sometida.

A Mordai le provocó interés nada más verlo entrar por la puerta. Por suerte para él, pidió una jarra de cerveza y se sentó en la mesa en la que estaban jugando a las cartas. Parecía llevar poco dinero encima, y sus pertenencias tampoco parecían tener mucho valor, pero igualmente se sentó y comenzó a apostar.
Al cabo de poco tiempo, ya había perdido un par de manos y apenas le quedaba dinero con el que apostar. De modo que se giró hacia su saco de viaje para sacar alguna pertenencia y puso sobre la mesa un bulto envuelto en un trozo de tela bastante desgastada por el paso de los años y porque parecía haber vivido más de un percance desde que fue cosida. Al desenvolverlo dejó al descubierto un juego de dos dagas. Eran de acero negro, estaban bastante afiladas y muy bien cuidadas en comparación con el resto de sus pertenencias.

De pronto, algo dentro de nuestro tiefling le llamó a jugar por aquellas dagas. Una extraña sensación que le venía del rincón más profundo de su ser le decía que esas dagas tenían que ser suyas, como un instinto primal de que las necesitaba para algo. Y por un momento Mordai hubiera jurado que hasta el mismísimo Loki le estaba empujando a jugar por ellas.

Cuando comenzó la partida, aquel extraño señor parecía haber aprendido a jugar de repente, como si fuera un profesional que se ganaba la vida con eso. Fue una partida bastante tensa a los dados, el resto de los contendientes acabaron por caer y finalmente solo quedaban Mordai y aquel hombre que todavía no había desvelado su nombre. Ambos jugaban lo mejor que podían, pasaron varios minutos y la partida parecía que no iba a tener fin. De alguna manera, ambos iban perdiendo y ganando dados haciendo que aquello se hiciera eterno, tanto para los jugadores como para los cuatro viajeros que estaba espectando la partida. Pero Mordai estaba decidido a llevárselas.

Al cabo de un rato, y con mucho cansancio acumulado, la partida terminó a favor de él. Pero no todo iba a salir tan bien. El extraño viajero, que hasta ahora no se había quitado la capucha, se cabreó, empezó a bramar que Mordai había hecho trampas y que era imposible que hubiera ganado aquello limpiamente. Por suerte para Mordai, se le daba muy bien embelesar a la gente, y todos los testigos se pusieron de su parte para defenderlo. Aquello desembocó en una pelea de bar de la que Mordai se escabulló y aprovechó para conseguir robarle un par de piezas de plata al extraño viajero. Antes de que la pelea acabase, se fue a su habitación y empezó a contemplar sus ganancias de esa noche. No tenía claro de qué tipo de acero eran las dagas o quién las habría forjado, pero tenía bastante claro que no pensaba venderlas.

Aquellas dagas le habían dado una idea; grabar las iniciales de sus padres en el mango. Así los llevaría siempre con él, fuese donde fuese. Puede que hubiera pasado mucho tiempo, pero Mordai no se había olvidado de su familia ni un solo segundo. Comenzó a examinarlas más de cerca y descubrió que aquellas extrañas dagas que tanto le habían llamado la atención tenían unos grabados rúnicos muy extraños. A simple vista no parecían mágicas, pero aquellos grabados sin duda alguna estaban escritos en el mismo lenguaje que tantas y tantas inscripciones que Mordai había visto en los libros de mitología nórdica.

- ¿Con que de eso se trataba, eh? ¿Me has estado empujando tú para que las consiguieras, Loki? - dijo en voz baja.

Pero no recibió respuesta alguna, aunque eso ahora mismo no le importaba. Sabía que después de toda la que había armado en la taberna, no era prudente dejar aquellas dagas desprotegidas, ni mucho menos dormir. Así que guardó todas sus cosas como pudo y salió de la taberna por la ventana de su cuarto.
Tenía que ir a un sitio de confianza, un sitio donde estuviera seguro. Pero no paraba de darle vueltas. “¿ A dónde voy?” Se decía una y otra vez. No podía volver a su casa pues ya no tenía una y la biblioteca estaba cerrada a esas horas. Tras mucho pensar, cayó en la cuenta de que había un sitio donde estaría seguro. O al menos, él se sentiría seguro allí.

- ¡Eso es! ¡La taberna de Meriel! - exclamó.

Allí estaría seguro y nadie le molestaría. De manera que puso rumbo a aquella taberna que tanto había visitado en un pasado. Pero aquella noche Meriel no estaba de guardia, sino su padre, Marco.

- Buenas noches. - dijo Mordai algo serio.

- ¿Qué va a ser? - Le contestó cortante.

- Ponme un whisky y una habitación.

Marco se fue sin mediar palabra y volvió con un vaso y una llave. Entregó ambas cosas a Mordai y se fue a hacer otras cosas. Mordai se bebió el whisky en la barra, algo más calmado, y volvió a llamar al posadero.

- Marco. ¿Tienes un momento?

- Dime, Mordai. - le contestó con la seriedad que tanto desbordaba.

- Quiero pedirte un favor. Si vienen preguntando por mí, yo no he estado aquí, ¿vale? - dijo Mordai poniéndole una moneda de oro sobre la barra. - Quédate con el cambio.

Marco lanzó una mirada asesina a Mordai, pero cogió la moneda y siguió a lo suyo. Mordai sabía que él era un tipo serio, a veces le daba bastante miedo, pero aún así sabía que Marco era bastante bueno y que le cubriría las espaldas. Se giró para irse a su habitación, pero se percató que no estaba solo. Sentado en una mesa estaban unos cuantos enanos, jugando a las cartas, entre los cuales se encontraba Kildrak, que no le había quitado ojo desde que entró por la puerta de la posada. Mordai se cubrió un poco más con la capa, intentando disimular el bulto de las dagas, y se fue para su habitación.

miércoles, 1 de enero de 2020

Capítulo 4: El apellido de un rey

Había pasado cerca de dos años desde que quemó su casa, y tras su reciente ruptura con Meriel, Mordai se estaba volviendo cada vez más solitario. Dejó de frecuentar tanto su posada como antes, y cada vez iba más a la biblioteca a despejarse leyendo. No paraba de pensar en la noche en que empezó todo aquello, cuando quemó su vieja casa y le robó aquel beso a Meriel.

Fue entonces, leyendo un libro antiguo de leyendas de héroes que cambiaban de nombre, cuando el decidió hacer lo propio con el suyo. Él siempre sería Mordai Salzer, aquel tiefling que por la crueldad del mundo acabó solo y desolado, sin más compañía que un dios con aires de grandeza que le prometía cosas que nunca llegaban. Al fin y al cabo, era el dios de las mentiras.

Le prometía riquezas, sitios y aventuras desconocidos, grandes poderes y nobleza. Le dijo que si jugaba bien sus cartas acabaría codeándose con reyes. A Mordai le gustaba la idea de llegar tan alto, de decirles un par de cosas a esos engreídos que controlan todo desde una torre de marfil mientras que los ciudadanos de a pie se las veían para poder conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca cada día. Por eso lo más apropiado sería tener un apellido acorde con ese estatus de grandeza.

Parecía buena idea cambiar de nombre después de todo aquello, pues a pesar de que no sabía quienes eran los hombres que buscaban a su padre, no le hacía gracia que a pesar de los años pudieran seguir buscándolo. A decir verdad, él no sabía por qué buscaban a su padre o si llegaron a encontrarlo, pero sabía que en caso negativo seguro que irían a por él, y pensaba que no era sensato ir por ahí con el apellido de su padre, sin saber nunca quién está escuchando.

De modo que Mordai pasó los siguientes días frecuentando la biblioteca, leyendo historias de tierras lejanas acerca de reyes y nobleza. En más de una ocasión, en el tiempo que pasaba yendo a tabernas, pagó a bardos y trotamundos para que le contaran historias de más allá del mar.

Quería saberlo todo acerca de la nobleza para poder elegir un apellido acorde a ese estatus que tan alto se imaginaba que estaba. Al pensar en nobles a Mordai se le venía a la cabeza grandes palacios donde perderse recorriendo habitaciones, un montón de criados, trajes de seda que parecían super incómodos, cubiertos de plata que brillaban más que el futuro de la mayoría de las personas que se encontraba por la calle.

A decir verdad, esa vida no le llamaba demasiado. A Mordai le gustaba más la idea de vivir aventuras y ver mundo. Lo único que parecía gustarle de poder codearse con reyes era tener dinero suficiente para poder hacer lo que quisiera. 

Algunos bardos hablaban de reyes inteligentes que emboscaban al enemigo en batallas, con estrategias que parecían haber sido pensadas por el mismísimo Odín. Otros contaban historias de reyes que peleaban junto a su pueblo, demostrando tanto coraje como el mismo dios del trueno y haciendo retroceder a imperios enteros sin más que unas pocas centenas de hombres.

Pero a Mordai le llamó la atención otra historia; la de una persona de a pie normal y corriente como él, que ascendió a rey. 

Según la leyenda, él no era más que un hombre normal y corriente, que una vez se encontró un desafío que nunca nadie había superado: una espada clavada en una piedra. Las historias narraban como centenas de hombres se reunían entorno a la espada para intentar sacarla por turnos, o todos a la vez en algunas ocasiones.

Pero no fue hasta la llegada de nuestro protagonista cuando la historia se puso interesante. Él había visitado a un mago que le dijo que él podría sacar la espada sin problemas. La historia contaba que aquella espada tenía un hechizo y solo aquel que fuera digno de empuñarla podría gobernar a todo el pueblo con sabiduría. 

Fue entonces cuando el protagonista se interesó por sacar la espada. Él no destacaba por su gran fuerza, fue por eso que todos los presentes se rieron en carcajadas al verlo llegar para intentarlo. Sin embargo, de un tirón sacó la espada de aquella piedra y la empuñó señalando al cielo con ella.

- ¡¿Y cómo se llamaba?! – Interrumpió Mordai aquella historia, ensimismado.

- Arturo. Arturo Pendragon. – Terminó el bardo, poniendo la mano exigiendo una moneda.

Mordai le dio al hombre una moneda de plata y se marchó a su habitación musitando lo que le acababa de contar. 

- Con que Pendragón… - pensó para él conforme entraba en su cuarto.

Entonces lo decidió, nunca nadie más sabría qué fue de Mordai Salzer, ese día había nacido una nueva persona, una dispuesta a doblegar a todos los nobles y hacer que le besaran los pies. Fue entonces cuando nació Mordai Pendragon.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Capítulo 3: Nómada

Era una noche fría de invierno. Mordai no podía conciliar el sueño. Estaba acostado en una de las habitaciones de una posada cochambrosa de pueblo. Aquello más que una habitación parecía un cuchitril. La cama era dura, las paredes tenían manchas y varios picotazos o golpes. Cierta parte del techo goteaba y aquello olía como si una piara de cerdos se hubiera estado revolcando por el fango, se hubieran quedado encerrados en la habitación por días y después hubiera muerto alguien allí, cosa que no le extrañaría nada a Mordai.

Pero esa no era la razón por la que no podía conciliar el sueño. Había algo que le rondaba la cabeza, que le impedía dormir como de costumbre. Mordai bajó a media noche para ver si había alguien en el bar de la posada. Solo estaban los cuatro borrachos de siempre, y la pobre señorita Meriel, la hija del tabernero, con cara de cansancio, intentando esbozar una sonrisa ante aquel grupo tan desagradable.

Le tocaba aquella noche hacer turno y atender a todo que pudiera entrar en la posada. No era algo habitual que hubiera un turno de noche, pero a su familia le hacía falta las cuatro perras que podían sacar dejando la posada abierta a esas horas. Meriel era una semielfa preciosa, canija, pero con curvas pronunciadas, que las disimulaba con la aparatosa falda de camarera que llevaba. Al ver a Mordai bajar por las escaleras se acercó a él con una muestra sincera de simpatía, para preguntarle qué deseaba.
- ¿Desea algo, Mordai? – le preguntó con delicadeza.

Un whisky solo, por favor. – respondió Mordai sin prestar mucha atención, estando más pendiente de lo que le no le dejaba dormir. No podía saber que era, pero algo le estaba incomodando, como una mosca en verano que no te deja descansar tranquilo.

- ¿No puede dormir?

Hay algo que me ronda la cabeza y me está manteniendo en vilo esta noche. – contestó Mordai, esta vez levantando la cara para mirar a los ojos a Meriel.

- Si necesita algo más no dude en pedirlo. – replicó Meriel con una sonrisa.

Mordai se limitó a asentir, como respuesta a la oferta de Meriel. A decir verdad, a Meriel no le disgustaba Mordai. Frecuentaba mucho la posada y nunca daba problemas, y a pesar de pasar mucho tiempo bebiendo, no era como el resto de borrachos de la taberna. Él siempre sabía mantener la compostura y había sido agradable con ella, aunque pocas veces le había visto la cara, entre el pelo y la capucha que llevaba a menudo.

Al cabo de un rato, Mordai ya había bebido suficiente como para tumbar a cualquiera que no estuviera acostumbrado, fue entonces cuando se le ocurrió una idea. Mordai se levantó de la mesa y se fue, dejando en el vaso el equivalente en monedas de oro a lo que había bebido. Salió por la puerta bastante decidido y se marchó en mitad de la noche, apenas pudiendo tenerse en pie. Llegó a su destino; su vieja casa, inhabitada tras su brusca salida. Entonces, tras revisar que nadie la había habitado después de haber sido abandonada por él años atrás, decidió sacar una caja de cerillas que llevaba y prenderle fuego. Tras observar media hora como la casa poco a poco empezaba a arder, decidió volverse a la taberna.

Mientras en la taberna, Meriel se preguntaba qué estaría haciendo Mordai y por qué se fue de manera tan repentina. Fue entonces cuando entró por la puerta, tambaleándose y tropezando con todo. Ella decidió cerrar la taberna momentáneamente y ayudarlo a subir a su cuarto.

Mordai se rehusó de ser ayudado, pero cuando se cayó de bruces al suelo no le quedó más remedio que aceptar la ayuda. Meriel se echó su brazo entorno a su espalda y lo ayudó a subir las escaleras que separaban la parte del comedor de las habitaciones. Le abrió la puerta y le dejó que entrase solo, pues así se lo había pedido él. Mas cuando se giró para irse, Mordai la llamó por su nombre.

- Meriel. – Dijo él, para llamar su atención.

Pero al girarse Meriel, lo que se encontró fue con un Mordai que se lanzó para besarla. Sobresaltada, las mejillas de Meriel bajo aquella tenue luz parecían casi del mismo color que la piel de Mordai. Al acabar, Mordai dijo "Muchas gracias, por todo." y se encerró en su cuarto, esperando poder conciliar el sueño. Meriel por su parte aún no se creía lo ocurrido. Se quedó frente su puerta durante unos segundos, y decidió bajar a despertar a su padre para irse ella a dormir, pues ya se estaba acabando su turno.

Al despertar, Mordai bajó a la parte de la taberna a almorzar, pues se había pasado la hora del desayuno con creces. Estuvo esperando allí jugando a las cartas y a los dados hasta que Meriel apareció. En ese momento Mordai se excusó y se levantó a hablar con ella.

Esta vez Mordai quería que viese su cara, de modo que se quitó la capucha y se apartó el pelo de la cara. Cogió a Meriel por el brazo y, con su permiso, se la llevó a un rincón donde pudieran hablar. Él le contó lo sucedido anoche, y le pidió disculpas por su comportamiento. Ella, en cambio, le devolvió una sonrisa cálida de las que reconfortan incluso al más triste y le dijo que no pasaba nada, mientras le daba un beso en la mejilla y se volvía para ir a hacer su trabajo.

En ese momento fue el tiefling el que se quedó perplejo, pero volvió a jugar a las cartas, intentando fingir que nada había sucedido, pero eso no sería tan fácil para él. Perdió un par de manos a las cartas por estar distraído pensando en todo; en que a partir de ahora no tenía sitio donde volver, que sería un nómada por bastante tiempo, en el beso a Meriel y en su respuesta este medio día. Todo eso le tenía pensando en cosas que no debía en ese momento, por eso decidió dejar de jugar a las cartas, ir a la barra y comenzar a beber. Fue Meriel quien le atendió.

- ¿No es un poco pronto para empezar a beber? - dijo guiñándole el ojo y poniéndole el whisky igualmente.

- Puede, ¿pero desde cuándo me ha importado eso a mí? - respondió él, devolviéndole el guiño. - Oye, respecto a lo de anoche...

-  No hay nada más que decir. – contestó ella con la amabilidad que tanto le caracterizaba.

decir verdad, Mordai se sentía cómodo con aquella situación, pero no sabía bien cómo actuar en situaciones como esas. Le parecía que, por primera vez desde que dejó su casa, no estaba del todo solo. Era la primera persona en la que Mordai se había interesado desde aquello y sentía que todo aquello le sobrepasaba.

Como es normal, con el tiempo empezaron a coger más confianza el uno en el otro, y Mordai cada vez frecuentaba más aquella taberna en lugar de las otras. Parecía que estuvieran enamorándose el uno del otro, así que con el tiempo Mordai se atrevió y dio el paso. Fueron apenas unos segundos los que Meriel tardó en responder, pero a Mordai se le hicieron eternos.

- Meriel, he estado pensando un tiempo y me preguntaba si te gustaría salir conmigo... - dijo, agachando un poco la cabeza temiendo la respuesta.

No sé qué decir. – dijo ella, con esa simpatía que desbordaba – Está bien, saldré contigo.

Enhorabuena, – Sonó una voz burlona en la cabeza de Mordai – me gusta esta chica. – sonó con picardía.

- G-gracias. - tartamudeó. 

¿Gracias? – Contestó ella algo desconcertada.

¿Eh? Ah, sí, es que nunca he estado con nadie. – dijo Mordai, intentando recobrar la compostura.

Fue un noviazgo lleno de altos y bajos, momentos en los que había que ocultar su relación para que el padre de Meriel no les pillase, pues no le gustaba que su hija estuviera por ahí con uno de los borrachos que eran sus clientes.

Con el tiempo, la situación entre ambos se empezó a enrarecer cada vez más. A él no le gustaba tener que estar ocultando lo suyo a ojos de todo el mundo y ella odiaba que Mordai siguiera jugando a juegos de azar apostando dinero. Al cabo de un año y medio de relación, decidieron dejarlo por mutuo acuerdo.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Capítulo 2: Pacto

A pesar de llevar años sin ver a su padre, Mordai seguía yendo a la biblioteca a leer acerca de los dioses de los que le habló. Le gustaban tanto esas leyendas que su padre de pequeño le hizo una bolsa de runas artesanales como las de las historias. Eso fue el único afecto personal que pudo llevarse Mordai antes de ser empujado a las calles.

Cierto día, estando en la biblioteca, vio un libro que nunca había visto. Hablaba de los dioses que a él tanto le gustaban, pero hablaba de uno en especial, Loki. De Loki se decía que era el Dios de las mentiras y el engaño. Según decían, podía transformarse en cualquier animal o persona, engañando a cualquiera que se topase con él. Mordai estaba tan entusiasmado leyendo aquel libro, que sin darse cuenta estaba hablando en voz alta, hasta llegar a una anotación un tanto extraña que había en el pie de una página. Era una escritura muy rara, casi ilegible, pero aun así Mordai lo intentó. 

Al acabar de leerlo y levantar la vista se dio cuenta de que ya no estaba en la biblioteca. Estaba en una pradera de hierba verde como los ojos de su madre de los que tanto hablaba Morthos. Era un verde como nunca había visto. El cielo estaba nublado, pero no con nubarrones grises que evocan tristeza, sino nubes blancas como el algodón que te evocaba a aquellos días de verano en tu infancia. Al girarse, lo vio. Un señor alto, delgado, de pelo negro como el carbón. Era como en las imágenes de los libros que había leído, y ahora estaba frente a él; Loki, el señor de las mentiras. Empezó a hablar antes de que a Mordai le diese tiempo siquiera a pestañear. Estaba ensimismado, ni siquiera podía creerse que estuviera ahí y ni siquiera entendía lo que le estaba diciendo. Loki le tendió la mano a Mordai, para ayudarle a levantarse pensó él, y cuando se la dio y se levantó, al terminar de alzarse, estaba de nuevo en la biblioteca, de pie enfrente de la mesa con aquel extraño libro abierto frente a él. Mordai lo cerró, miró a los lados buscando personas, y al ver que no había nadie más que él, decidió guardárselo.

Salió de la biblioteca pensando si todo eso había sido cierto o si se habría quedado dormido leyendo aquel libro. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, como si algo tratara de decirle que no había sido un sueño. Se giró, mas no vio a nadie por la calle que destacase entre las personas. Siguió caminando extrañado, aún sin creerse todo lo que había pasado. Decidió pararse a descansar en el primer sitio que vio que podía sentarse y estuvo allí gran parte de la tarde. 

La gente de sus alrededores, al pasar, miraban raro en su dirección, como si algo no fuera bien con él.

- ¡Bicho raro! – gritó alguno de los transeúntes.

- ¡¿Acaso nunca has visto un tiefling, imbécil?! – contestó Mordai sin morderse la lengua.

La tarde pasó sin más incidente, pero a cada segundo que pasaba Mordai estaba más y más extrañado, incluso notaba presencias o se notaba raro. No fue hasta después de cenar, cuando se quedó en una posada y se miró en el espejo cuando lo vio. Su ojo derecho ya no era de un color amarillo liso, sino que se había transformado en un ojo verde como el de un humano normal. Fue entonces cuando lo comprendió, aquello no había sido un sueño.

Mordai ya había leído cosas así antes, gente que recibe dones de deidades antiguas, pero que también recibían un cambio en su cuerpo. Entonces Mordai sacó el libro que había robado de la biblioteca decidido a volver a leer aquella extraña inscripción, mas no encontró nada fuera de lo común en aquel libro, solo leyendas que contaban sobre Loki. 

Pasaron días hasta que Loki decidió aparecerse de nuevo frente a Mordai, quien ahora llevaba una capa para evitar las miradas. Apenas fueron unos minutos, pero Loki le contó acerca de los poderes que había decidido otorgarle a Mordai, pero le dijo que los siguiente los tendría que descubrir por su cuenta, pero le prometió que si se volvía más poderoso le bendeciría con un familiar, una criatura pequeña que le haría compañía y a la que podría controlar.

Desde ese entonces, Mordai apenas usaba la magia. Ponía a prueba un hechizo de control mental que le había concedido Loki, pero ese solo lo usaba para robar y timar. A falta de una influencia paterna, Loki lo llevó por el mal camino. Mordai empezó a robar a todos sin distinción de raza o poder económico. A decir verdad, Mordai se acomodó bastante a esa vida y no tenía afán de alcanzar algo mejor.

La vida no le trataba mal, él vivía de taberna en taberna, siempre permaneciendo en Neverwinter, pues en su interior aún le reconfortaba la idea de volver a encontrarse con su padre un día y contarle todo lo que le había sucedido. Con el tiempo, conoció a mucha gente, sobre todo taberneros y habituales de la taberna, pues no hacía más que frecuentarlas, junto con la biblioteca. Se ganaba el pan apostando en juegos de bares, muchas veces llegando a hacer trampa, pero casi nunca le pillaban. Era un chico tranquilo, nunca daba problemas a los taberneros, pero alguna que otra vez se metió en alguna pelea de bar. Nada fuera de lo normal.